Secreto VI. Yaya y el señor Mercio López.



-¡Hijo de puta! ¿Qué le has hecho ahora a mi niña?

Era la voz de Yaya que se se había quedado clavada en todo los actos de su vida, la que Secreto creyó oír, la escuchaba cuando la olfateaba, cuando el recuerdo se aparecía y no la dejaba respirar. No podía evitarlo, los recuerdos viajaban con ella dentro de sus matules y lo que es peor dentro de su mente.
Yaya estaba llegando cargada de cosas para que a su niña no le faltara lo elemental hasta encontrar otra solución para ella, la protegía a distancia, no dejaría que nadie la tocara, ni le hiera daño, bastante ya sabía de la vida a sus cortos años. No, a Secreto no le pasaría lo mismo, ella existía para evitarlo, lo impediría aunque tuviera que enfrentar al caballero de la casona.

Mercio López era un violador, habitaban en él  muchas formas de serlo, conocía técnicas eficaces para violar el alma, sin rozar las zonas destinadas al placer era un experto en insultar, herir, tocar los puntos sagrados de la mente humana, todos los calificativos  para arrinconar a sus víctimas salían como panes calientes, violador de sueños, violador maniático, depravado, rencoroso, desconocía lo que era respetar a la mujer, la arrodillaba,  la despojaba de su condición de género para tratarla como a una sabandija desde su trinchera de hombre bueno, justo que solo quiere el bien para sus semejantes, solo los que fueran  capaces de adularle, le halaran la falda, le dijeran lo que él quería escuchar, los demás  caían en sus garras. Pero la Yaya si le conocía algunas huecos oscuros y ella sabía que de cierta forma le temía porque no había nada que lo hiciera temblar más que verse al descubierto, que salieran sus debilidades, sus engaños y mentiras y quedara mal ante un grupo de aduladores domesticados, Yaya lo sabía y aunque nunca utilizó estas herramientas en su contra, estaba dispuesta a acabarlo si el señorito se volvía a ensañar con la criatura indefensa que estaba a su merced por eso hizo todo lo posible por llevarla de su lado y casi lo había logrado.

 ¿Cuándo se curaría de Mercio Lopez?  Pensaba casi en voz alta la jovencita. Recordó entonces lo que Yaya le había dicho alguna vez:

-Te curarás cuando no esté en todas tus cosas, cuando puedas escribir algo sin pensar que va a leerlo, esa será tu cura. Palabras santas, premonitorias, ese día llegaría sin hacer ruidos, sin arañar su alma, se había disipado y como la vida es sabia se ocupó de ir separando los malos momentos y se fueron quedando los pocos buenos y así fue que al hablar del infeliz lo hacía hasta con respeto.

 Secreto llevaba su diario, el propio señor Mercio la había enseñado a escribir y a leer, porque nadie es malo del todo, muchas veces le oía decir a la Yaya.

- A mi también me enseñó a leer y a escribir, me mandaba a una escuelita que él creó cuando hacía campaña política para alcalde del pueblo porque siempre fue un opositor al gobierno, cualquiera, no importaba de que lado estuviera, siempre se creyó un héroe desconocido y un opositor.

- No creas mi niña que el mundo es como una piedra que rueda sordamente empujada por los ángeles...*  Eso también le oía al señor Mercio, un día le pregunte que quien le decía esas cosas y me habló de un poeta... Leopoldo Panero. Si , ese mismito, porque con él conocí a muchos, no solo poetas, artistas de todas las categorías del mundo del arte, porque eso sí, lo conocía muy bien y creo que amaba a ese mundo y el de la historia y las guerras. Siempre me pregunté de dónde salen tantas sabidurías, si el Senor Mencio López, que se supiera no había pisado las aulas de la Universidad.
-Niña, esos locos lo saben todo, no necesitan de universidades , la calle, m´jija, la calle y el mismito Satanás, el del rabo largo, haciendo la señal de la cruz y los ojos desbocados... Secreto siempre la escuchaba con una devoción como si hablara con un dios porque algo en su corazón le decía que la Yaya era la única persona en el mundo que de verdad la quería. Se le acercó y le dio un abrazo largo junto con un beso. Más parecía una perrita moviendo la cola. Yaya la apretó contra su pecho y los ojos saltones se le llenaron de agua a la buena mujer.

- Yaya, dime una cosa  ¿ A ti también te violió el señor Mencio? Confía no lo diré a nadie, será como un pacto entre las dos.

-No tendrás que guardar nada, niña, nunca ha sido un secreto ...

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